Literatura: Premio Literario Casa de las Américas: rebelión de la palabra

style="float: right; margin-bottom: 10px; font-weight: 600;"Mon 7th Mar, 2016

Pensemos por un momento en el mapa literario de América Latina, con sus valles, montañas, ríos y lagos; mesetas y fosas; mares y océanos.

Pensemos en Cabeza de Vaca, en el Padre las Casas y el Inca Garcilaso de la Vega. Repasemos a Sor Juana, Jorge Isaacs, Rubén Darío, José Martí, Huidobro, César Vallejo...

Tengamos en mente la conquista, la colonización y neo colonización; las empresas bananeras, las Fruit Companies que sembraron subdesarrollo junto a sus hermanas petroleras; dictaduras desde el Caribe hasta la Sudamérica continental; frentes de liberación por toda Centroamérica; democracias olvidadas a punta de pistola y golpes de estado de Norte a Sur. Revoluciones, cambios; avances y retrocesos.

En ese mapa, imaginemos que el Premio Literario Casa de las Américas no existe.

Sería algo parecido al fin de la literatura en el continente como la conocemos. Tal vez aún estaríamos amarrados a la dictadura intelectual eurocéntrica, sin lo Real Maravilloso o un Realismo Mágico impregnado de monarquías ancestrales. Sin un boom o un post boom latinoamericano.

El Premio Casa no es el único que estimula a la creación literaria en la región, pero su sostenida convocatoria durante 57 ediciones y el largo historial de autores que lo avalan con su participación --y viceversa-- lo convierte en un fenómeno sin igual.

El espíritu del certamen es totalmente regionalista en un buen sentido y estimula a los escritores a ser lo más autóctonos posible. El Premio Casa es una radiografía de Nuestra América --así la llamó Martí, desde el Río Bravo hasta la Patagonia-- esculpida en papel, y que se hace corpórea en el imaginario de sus pueblos mediante libros y puestas de teatro.

Casa de las Américas, la institución que lo convoca, se fundó en los primeros meses de la Revolución Cubana. Un grupo de jóvenes barbudos habían ido a las montañas del Oriente de la Isla para terminar con la dictadura de Fulgencio Batista. Fidel y Raúl Castro, Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos, entre muchos otros.

Las ideas del Hombre Nuevo, del cambio, del poder para los humildes deslumbraron al mundo y la repercusión en el continente no se hizo esperar.

El hecho de que una sede cultural desde La Habana invitara a los intelectuales del continente a unirse, era un desafío en contra de las mayorías dominantes, del mundo anglosajón al Norte y europeo al Este. El hombre americano salía de su hermetismo nacional, de las angostas fronteras que los individualizaban para hacerse uno en su diversidad.

Cuba era la representación de todo un continente. Primero fue dominada por España, luego su libertad arrebatada sin remordimientos en 1899 por la ocupación norteamericana para, desde 1902 a 1959, sufrir una sucesión de gobernantes corruptos controlados por los tratados de libre comercio, la Enmienda Platt y las bases militares estadounidenses.

Una Isla pequeña en el centro del Caribe, a escasos kilómetros de Estados Unidos y abrazada por Centroamérica en el Golfo de México.

Casa de las Américas invitaba a una rebelión. Y es lo que ha sido a los largo de 57 años.

Eduardo Galeano, Antonio Skármeta, Manuel Galich, Roque Dalton, Dora Alonso, Nara Mansur... Muchos nombres que son de obligada referencia para entender el quehacer intelectual y la historia de América Latina han recibido un Premio Literario Casa de las Américas.

El hecho de que cada año se den cita en La Habana jurados de toda la región, de que acontezcan conversatorios y se examine y cuestione el quehacer literario de los latinoamericanos es de gran regocijo para Cuba y los cubanos, porque sabemos que formamos parte de algo, de un bien mayor; que invitamos a los intelectuales a rebelarse y revelarse; porque desterramos el miedo a no seguir el orden establecido de cosas y dejamos fluir en cada página el dolor de un continente herido.

Tal vez sea nacionalismo y orgullo ciego, pero dudo que encontremos en el mundo un Premio que logre de manera tan certera convertir un continente en palabras. De lo bueno, de lo malo, pero palabras certeras, sin tapujos y que dejan ver, más allá de su gente y la geografía, el complejo mundo americano.

Nuestro mundo


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